Cuando dijiste que te ibas
supe que no podría vivir sin tus hombros;
lo que más echaré en falta es tu frente, lamentaste,
e inmediatamente nos pusimos de acuerdo:
yo rodeé tu cuerpo con mis manos
y sin hacerte daño me llevé los hombros,
los separé de ti como las hojas que caen
y los guardé en las cuencas de mis ojos.
Entonces tú hundiste la boca en mi frente
y profundamente la sellaste con un beso,
y como la hoja del calendario que se arranca
te llevaste la fiebre entre tus labios.
Sólo algún tiempo después
reparé en el error cometido:
yo no me he quedado contigo,
sino con tus hombros sin ti.
Y tú no serás tú cuando vuelvás,
sino tú sin tus hombros.
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